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«¡Yo no estoy loca, no necesito un psicólogo!» ¿Esta fue la sorprendente (o quizás no tanto) respuesta que obtuve de una niña de 10 años cuando sus padres, delante de mí, y en el club de tenis donde entrenaba, le plantearon la posibilidad de trabajar con un Psicólogo Deportivo. Visto así, con perspectiva, hasta puede sonar gracioso por la ocurrencia de la chiquilla, pero lo cierto es que si nos paramos a reflexionar, quizás más de un@, incluso adult@, hubiera respondido lo mismo.
En primer lugar, y para introducir el tema, aclarar qué es y a qué se dedica un Psicólogo Deportivo. Empezaré por decir qué no hace: un Psicólogo Deportivo no trata la enfermedad mental (la “locura” por emplear el mismo término coloquial que utilizo la niña). Existen Psicólogos Clínicos expertos y especializados para ello. Un Psicólogo Deportivo no trabaja por “urgencia” (aunque en muchos casos se recurra a ellos cuando se ha intentado todo y es el último recurso, como quien reza a su Dios devotamente pidiendo un milagro ante un seguro desenlace fatal). Un Psicólogo Deportivo no garantiza resultados. Un Psicólogo Deportivo no sustituye ni suple a ningún otro miembro de un cuerpo técnico (léase: entrenador, preparador, monitor, etc.).
Entonces, si no hace todo esto, ¿para qué sirve? La pregunta del millón, cuya respuesta invalida el título de este artículo. Un Psicólogo Deportivo es un miembro más del staff técnico, con sus áreas de trabajo bien definidas (la preparación mental y psicológica) con sus objetivos bien definidos y lo hace a través de un proceso que aplica a cada deportista o equipo según sus necesidades. Es decir, el Psicólogo Deportivo ayuda a ser mejores deportistas… y probablemente, por extensión, a ser mejores personas. Promueve el establecimiento de hábitos de comportamiento y de pensamiento útiles, adecuados y adaptativos al entorno y a los problemas/retos que van apareciendo en el camino… deportivo, sí, pero… ¿acaso no es el deporte un reflejo de la vida?
Una vez leí, y no puedo estar más de acuerdo, aunque no recuerde con exactitud el o la autor/a de la cita, que “si quieres saber cómo es alguien de verdad, el mejor test de personalidad que se le puede hacer es ponerle a competir en un deporte (o juego). Ahí veremos lo mejor y lo peor de la persona”. Reto al lector a comprobarlo.
Y es aquí donde se refleja la importancia de trabajar con un Psicólogo Deportivo desde una edad temprana. Un niño o niña que practica deporte (no utilizaremos el término deportista todavía a ciertos niveles), es precisamente eso, un niño o una niña, antes que deportista. Es una personita en formación. Capaz de aprender de lo bueno y lo malo que le rodea, capaz de absorber conocimientos de todo tipo y habilidades, personales, académicas y deportivas a un ritmo que para un/a adult@, son sencillamente imposibles de alcanzar. La mente de un/a pequeñ@ evoluciona y se desarrolla a una velocidad brutal, y es en estas tempranas edades donde se empiezan a forjar aspectos claves en la vida como la personalidad, los hábitos, los pensamientos y las emociones que determinarán sus comportamientos cuando sean adult@s. En otras palabras, es una edad determinante en el desarrollo de la persona.
Bajo este prisma, a la pregunta de ¿sería interesante que mi hij@ que practica tal o cual deporte trabaje con un Psicólogo Deportivo? La respuesta es sí, interesante y diríamos incluso que recomendable. ¿En qué le puede ayudar? A desarrollar un carácter y unas habilidades útiles para su deporte, pero sobre todo para su vida, así como a buscar y establecer referentes (o modelos a seguir) adecuados en cuanto a comportamiento y valores ¿A qué edad es recomendable empezar? No existe una edad mínima, pues el proceso madurativo de cada niñ@ es diferente. Se recomienda que sea una edad en la que ya se pueda razonar e interactuar con ell@s sin la mediación de los padres. 9 o 10 años puede ser una edad óptima para comenzar.
Y ahora, ¿sigues pensado que si no estás loc@ no necesitas un psicólogo?
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