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Que pena tener que llegar a pensar eso, ¿verdad?. Siempre he creído que es lo último que una persona puede perder. No las ganas, eso puede pasar, por cansancio, por tristeza, por dolor… no se, por alguna causa realmente importante se pueden perder las ganas, al menos por un tiempo; pero perder las ganas de tener ganas, eso sí que es grave y peligroso.
Sobrecarga emocional
La frase del título de este artículo, que utilizaba a menudo con gracia Juan Luis Cano, del duo Gomaespuma (más conocidos ya solo por gente que tenemos una edad), a veces cobra sentido. Uno se levanta por la mañana, motivado, convencido, valiente, decidido. Abres la prensa, el Facebook, pones la radio ¿y qué te encuentras? Desgracias, inmoralidades, delitos, y todo tipo de asuntos turbios que nos hacen ver el lado más oscuro del ser humano.
Y en ese preciso instante se te quitan las ganas de tener ganas. Cuando te hierve la sangre viendo como nuestros dirigentes no hacen nada para no destruir nuestro planeta, como hay delincuentes que cometen crímenes atroces, y muchas cosas más…
Desde luego, a veces, ganas de cerrar “el chiringuito” (como decía un amigo mío) e irse al Caribe a vender cocos no faltan.
Luchar contra el desánimo
Sin embargo el orgullo te impide rendirte. Como dije al principio, es demasiado duro perder las ganas de tener ganas, así que después del enfurruñamiento inicial y el deseo de mandarlo todo “a freir espárragos”, te das cuenta de una cosa: como dice Stephen Covey en su libro «Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva» (lectura que recomiendo muy encarecidamente), en la vida hay 3 tipos de situaciones:
- Las que controlamos de manera directa.
- Las que tenemos algún tipo de control indirecto sobre ellas.
- Las que nuestro control sobre ellas es inexistente.
Actuar
El primer tipo de situaciones requieren de nuestra acción; es decir, el resultado de las mismas depende directamente de nuestras decisiones y de lo que hagamos con ellas. Podemos influir de manera directa en el resultado. Por ejemplo, si tengo un examen y lo preparo de la manera adecuada y durante el tiempo necesario, muy probablemente lo superaré, incluso con nota. Si no lo hago, casi con total seguridad suspenderé. Está en mi mano hacerlo o no y obtener un resultado u otro.
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Provocar el cambio
El segundo tipo de circunstancias son aquellas en las que no tenemos control directo, es decir, no dependen de nuestras acciones, sino más bien de acciones de otros. Nuestra única manera de actuar sobre ellas es tratar de influir en aquellas personas que pueden hacer algo al respecto, para que lo hagan de la mejor manera posible. Si no lo intento, mi control será cero, si lo hago tengo opciones de cambiar las cosas.
Aceptación
Por último, el tercer tipo de situaciones que se dan en la vida son aquellas en las que no puedo hacer absolutamente nada por cambiarlas. Por ejemplo, si salgo a la calle y está lloviendo, evidentemente escapa a mi control hacer que varíe el tiempo y deje de llover. Ahora bien, si me quejo de que llueve y me pongo de mal humor, el que sufre soy yo. Por ello, ser capaz de aceptar y afrontar de manera positiva las circunstancias que nos vienen dadas, y sobre las que no tenemos control alguno, es la única manera posible de actuar. En caso contrario, nos convertiremos en víctimas de esas circunstancias.
Cuando algo te inquiete, te preocupe, te atormente, primero analiza a cuál de los tres tipos de situaciones pertenece la circunstancia que te aflige, y a partir de ahí elige cómo actuar.
SÓLO TÚ tienes la capacidad de hacer que no se te quiten las ganas de tener ganas.